Cuando hablamos de que los rótulos son patrimonio, no es a veces sólo porque se realizase de manera artesanal en vidrio, madera, cerámica o metal, si no también porque se hace parte intrínseca de un barrio o una calle. Se convierte en un icono visual de la memoria colectiva de la comunidad de la zona y del imaginario popular, que en muchos casos toma entidad propia y modifican el reconocimiento del territorio convirtiéndose en referente de la zona.
Para ilustrar esta entrada, traigo el ejemplo de La Mejillonera. El negocio original se funda en Valladolid, en los años setenta de la mano de Jesús González Abadía. Su modelo de Patatas en Salsa y Mejillones, rápidamente se expande a otras catorce ciudades, entre ellas Santander en 1973, en la Plaza de la Leña. Aquí se convirtió como un local de referencia, donde en los mejores momentos se llegaban a vender 50 kg de mejillones a la semana.
Al frente de este éxito estuvo Alberto del Valle, que llegó de Palencia a mediados de los 70 para cubrir una baja y se convirtió en el encargado de cerrar uno de los locales más míticos de Santander el 31 de mayo de 2014. En 2015 reabrió el local convertido en un restaurante de comida turca, pero mantuvo el rótulo intacto. No le fue bien y cerró. Tras un par de años más cerrado, llega la pandemia. En cuanto se abrió la fase 3 de la desescalada, me avisaron de inicio de obras en el local y de que se está rompiendo el rótulo. Poco se podía hacer ya, más de 40 años en un barrio que acabarían como chatarra y en la basura.
Ahora al pasar por la zona queda rastro de ese espectacular rótulo que sobrevivió a todos los cambios de negocio en el barrio y se convirtió por motivos propios en un icono colectivo y visual de la zona. Ahora sólo queda el recuerdo gráfico y en la memoria de lo que antaño fue.
Es por ello que somos nosotros, los vecinos de la calle, quienes debemos velar por nuestro patrimonio cotidiano y que, ante el riesgo de desaparecer, podamos preservarlo.
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PD: Deseando la mejor de las suerte al nuevo negocio, esta entrada sólo pretende hacer reflexionar del valor, a veces inmaterial, que un rótulo tiene para una ciudad.